Ado
Una tarde cualquiera en la galería coincidieron varios artistas nóveles con Adolfo Arrieta y nos fuimos todos juntos a tomar algo en la calle valverde.
Uno de los artistas comentó que solamente con un enorme esfuerzo y sacrificio se puede realizar una obra de arte, todos los allí presentes secundaron esta máxima asintiendo enérgicamente salvo Adolfo que tras un gesto de perplejidad comentó”¿Trabajar? ¿Sufrir? ¡Que horror! ¡Yo no he hecho eso en la vida!.
Su respuesta, alegre y rotunda, logró cortar de seco el via crucis que se avecinaba, como un fauno que toca la flauta y logra hacer que lobos y corderos bailen juntos en el claro del bosque.
Arrieta no necesita pico y pala para abrir una grieta en la realidad porque él en sí mismo es una grieta, un remolino de viento que ahuyenta lo vulgar y ordinario.
Ado Arrieta logró destacar como uno de los más importantes cineastas underground precisamente por su manera poética de entender el cine, realizando un trabajo radicalmente alejado de una industria del entretenimiento que en su mayoría ha quedado preso de un algoritmo planificado de estímulos.
Si atendemos a las declaraciones de Arrieta, su cine comenzó con la pintura, al igual que el cine de Fellini deriva de su anterior oficio de caricaturista. Es precisamente este trabajo seminal anterior al celuloide el que presentamos en esta singular exposición en espacio valverde.
Litografías, pinturas y escenas de todo tipo, instantáneas de un relato desconocido.
En una época en la que cada vez es más difícil la emergencia de lo caprichoso, de aquello que no encaje en el guión y donde el arte trata más que nunca de autojustificarse, la sonrisa de Ado nos recuerda que entre ladrillo y ladrillo hay un pozo de poesía latente, un amor a la vida tan radical como absolutamente injustificado.
Es un buen momento para mirar a la cara a los plúmbeos del mundo y decirles:
Amigo, déjame vivir.
Un afectuoso saludo.