Truco
Elena Alonso
02. 2019
Truco, trampa, artificio, ingenio, habilidad, interruptor, mecanismo. Esta es una exposición que anuda varias tensiones —lo sensual y lo industrial, lo carnal y lo mecánico, la materia cruda y el diseño formal—que no se anulan entre sí, ganando una sobre otra. Se queda en lo uno y en lo otro, porque sabe que de lo resbaladizo hay mucho más que aprender.
Pero sobre todo, esta es una exposición eminentemente carnal, corporal y sensual. Estos vectores siempre han estado presentes en el trabajo de Elena Alonso, pese a que una formalización precisa y pulcra hiciera parecer sólo otra cosa. Se hacen más evidentes con Visita Guiada (Matadero Madrid, 2017), dónde nos propone un recorrido por el espacio articulado desde el tacto, puntuado por la textura de una barandilla serpenteante. O en Antojo (Querer Parecer Noche, CA2M, 2018), donde acariciamos con la mirada un cuerpo hecho arco, cuyas dovelas y apliques no ahuyentan interpretaciones sexuales, pero tampoco las confirman. Aquí ocurre lo mismo: Maqueta, por ejemplo, es una pieza formada por un centro de azulejos melados sobre los que reposan dos protuberancias de olivo, respaldado entre dos alas de escayola mezclada con ceniza. Podría ser una mesa, un elemento de la arquitectura yaciendo en el suelo, o un cuerpo descansando sin más. En ella se adivinan orificios, pliegues y montículos suaves, formas sexuales sin género que no permiten una interpretación única, sino al contrario: estallan en un sinfín ambiguo de lecturas. Formas inciertas que resuenan en todo el espacio de la exposición, como si de una caja de resonancias se tratara —más fuerte en las obras, más sutil en los detalles, como el dispositivo pintado sobre los muros de la galería. Pliegue, arruga, doblez, hendidura, hinchazón, muslo, glúteo, gaviota.
Hay de hecho algo también ambiguo y sugerente en el uso insistente de la escayola por parte de la artista, que convoca diferentes aplicaciones dispares de este material: los adornos, molduras y revestimientos de la arquitectura de interiores, el modelado y las pruebas de escultura, pero también la función de inmovilización y reparación de huesos rotos en medicina. En las piezas de la serie de Modelo —que bien podrían ser trozos salientes de pared, placas que descubren un cuerpo en una mesa de operaciones quirúrgicas, o un plano de ingeniería mecánica— se tallan varias incisiones con herramientas sobre la carne de este material, posteriormente suavizadas en sus contornos. En estos relieves se averiguan los rastros del lenguaje corporal-manual de la artista: cada material, cada mezcla, cada forma, surge del gesto, de la presión o de la caricia impresa de Elena. Albañil, ebanista, madre, labradora, cirujana, relojera. A su vez, de estas aperturas y superficies sobresalen otros materiales que van desde el latón brillante, la caoba oscura y el carey translúcido, hasta resinas o trazos de grafito. Son apliques que conviven en diferentes relaciones con el cuerpo que los aloja: por momentos totalmente fundidos o medio engullidos, por momentos salientes con violencia, como escupidos o en plena fuga. Esta convivencia de elementos extraños sacude suavemente la supuesta integridad de estos modelos, en una serie de tensiones productivas que redefinen el cuerpo de la obra con nuevos vocabularios: prótesis, injerto, postizo, adorno, tumor, implante, enchufe.
Con todo ello, el espacio que crea la muestra respira una temporalidad tranquila y reposada, de una temperatura más bien cálida, en gran parte concedida por la gama de materiales en uso. Éstos evocan todo un abanico sensorial que va desde el tacto aterciopelado de la ceniza, la densidad húmeda de la escayola, a la fragancia de maderas como el amaranto, el nogal o el olivo. Todas ellas dotan de una cualidad textural al espacio, como si de una piel por momentos blanda y porosa, por momentos brillante y aceitosa, se tratara. Pero este ambiente sosegado dado por el balance entre formas y composición, queda sacudido por las corrientes afectivas y los contrastes expresivos que atraviesan las piezas, despojadas de lecturas referenciales claras. Y es que es precisamente ahí, entre el borboteo afectivo material, la sensualidad de las formas, y la promiscuidad interpretativa, que se aloja lo emocionante de este proyecto. Ilusionismo, ardid, argucia, treta, magia, truco.
Julia Morandeira Arrizabalaga