Mitemas
Luis Vassallo
09.2022
“ The more exquisite the thing seen, the more exquisite the thing unseen.”“ The more exquisite the thing seen, the more exquisite the thing unseen.”
Wallace Stevens
En 1917, el poeta Fernando Pessoa Pessoa, por boca de Antonio Mora, uno de sus heterónimos, que «Los dioses son las ideas humanas de paso desde las nociones concretas hacia las ideas abstractas». Casi un siglo después, Luis Vassallo inicia una serie de dibujos que remiten a obras de la historia de la pintura con las que mantiene una especial relación afectiva, y que cuentan con diferentes personajes de la mitología griega como figuras centrales. La armación de Pessoa resuena, a modo de eco involuntario, en el origen de una exposición que reúne deidades, escuelas, tránsitos e ideas en una personalísima indagación.
Porque, aunque el germen de «Mitemas» esté en estos primeros bocetos, las obras que componen la exposición pronto desbordan su temática, para urdir una reexión más amplia sobre el funcionamiento de las cañerías que comunican las albercas de la g uración y de la abstracción. En el transcurso de este análisis, el artista nos recuerda la importancia que tuvo para la práctica pictórica el hecho de poder dar forma a la g ura de los dioses, reduciendo así la distancia entre las nociones concretas y las realidades abstractas. También señala que la pintura fue, en gran medida, responsable de arrebatar dicha forma a la divinidad cuando su atención se desplazó hacia la esencia de la cosa no vista.
Siguiendo el hilo de esta argumentación, Vassallo establece una peculiar genealogía de la visión que parte de la pintura barroca, y de su fértil disposición de cuerpos en un espacio orgánico, para conectarla con el constructivismo, el suprematismo o con la pintura post-conceptual norteamericana de los primeros años ochenta, donde la g ura parece desaparecer en el campo de color. Semejante secuencia tiene algo de prueba de tensión en la que el artista deende su derecho a jugar con materiales diversos, reformular la relación entre ellos y crear nuevas líneas de trabajo en las que pesen tanto el análisis como la libre creación. En el viaje propuesto por Vassallo, vemos transitar a titanes y dioses desde la corporeidad agónica de su motivo hacia la tierra incógnita de la abstracción. Así, Ticio y Sísifo se erigen en híbridos autómatas, en una revisión que convierte las Furias de Tiziano en pinturas negras de corazón geométrico. Ante nuestros ojos, el Orion de Poussin muta sucesivamente en un san Cristobalón, armado con su bastón; en campesino constructivista, en amontonamiento de bloques y, n almente, en manchas, jeroglícos… apenas nada. Tal vez, donde se aprecie mejor el inicio de esta metamorfosis sea en la gran reformulación de La fragua de Vulcano, una obra con la que Vassallo mantiene una especial relación afectiva y que constituye el punto de partida del recorrido conceptual planteado en «Mitemas». En ella, la escenografía se reduce a su armazón más básico y solo queda, como foco central, una Epifanía de Apolo que es poco menos que una luminiscencia de amarillo primario… A lo largo de la exposición, presenciamos cómo las g uras y los temas van dando paso a áreas regulares de colores planos que evocan libros por escribir. Lienzos en blanco o arquitecturas inmutables que nos remiten a las Three Black Paitings de Chris Martin; espacios subatómicos con capacidad para contener y negar al mismo tiempo todas las g uras posibles del universo.
«Mitos, cuerpo y abstracción, una nueva g uración, c ciones históricas, tiempo y forma, lo divino y lo humano, el drama, el humor, una mirada americana, g uras en el espacio, cuadros en una sala…» Como señala Luis Vassallo, «Mitemas» tira de muchos hilos e invita al espectador a tirar de otros tantos. Sólo al tirar de la última hebra nos daremos cuenta de los resultados múltiples y paradójicos que ofrece un mecanismo tan sosticado como el pictórico.
Así, cuanto más exquisita es la cosa vista, más transparenta la idea desnuda que la anima. Y, al contrario, cuanto más impenetrable es la representación de una idea, más parece añorar el ensueño de la g ura que anhela ser vista. Sucede en ese Gran Aleph, parte central de la exposición, que muta —absorto en su total pureza analítica— de Atlas Mnemosyne, a teatro de la memoria, biblioteca de Babel o museo total donde se diría que los cuadros, reducidos a colores primarios, quieren alumbrar, de nuevo, la c ción suprema que anida en el tránsito entre las abstracciones y las nociones concretas.
David Morán Álvarez