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Vitor Mejuto

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Vida y Milagros

TEOLOGÍA Y GEOMETRÍA

 

La idea está manida: los campeones del monoteísmo embaucaron a los paganos con un panteón de santos y el ingenioso organigrama de la Trinidad. La treta necesitaba cierto heroísmo, pero a los candidatos no se les exigía más victoria que el fracaso. Hércules tuvo que sobrevivir al león de Nemea y a la hidra de Lerna para congraciarse con el Olimpo, pero el cristianismo es una religión de la derrota, así que, en muchas ocasiones, el camino a los altares discurría entre las fauces de las fieras.

 

La dedicación de los sayones y el arrojo de los mártires produjo una cuantiosa nómina de santos y un gravoso problema iconográfico: pintados, todos los varones rectos y las vírgenes prudentes parecen iguales.

Para que la feligresía supiese a quién le encendía la vela, los artistas utilizaron las vestiduras religiosas y de las armas del martirio.Si a Hércules se le identifica por los pellejos del león y la garrota, el espadón con el que le dieron matarile haría lo mismo por san Pablo. Lamentablemente, el número de los tormentos sensatos es limitado, y en una misma redada se pueden decapitar a seis obispos sin que la hoja pierda filo: póngase ahora con el quién es quién. La devoción es una poderosa creación de ficciones, y siendo que el pedigrí del patrón mejora cuanto más escabrosa sea su muerte, los parroquianos no tuvieron empacho en asumir que el ancla con el que se representa al papa Clemente no era un símbolo de esperanza (así lo dice la Epístola a los Hebreos) sino el lastre con el que los enemigos de la fe debieron echarlo al agua para que no flotase. Algo parecido ocurre con los cefalóforos, que, como los decapitaron, sujetan la mollera entre las manos; pero a los que la tradición popular, al verlos capaces de sostenerse las entendederas tras el fino rasurado, atribuyó algún paseo postmortem para espanto y conversión de sus verdugos.

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El cristianismo es la fe verdadera, pero está llena de errores. En algún momento, los doctores de Roma se tomaron la molestia de expurgar el martirologio de personajes de dudosa historicidad de los que el pueblo llevaba siglos consiguiendo favores. Las catedrales de todo el Occidente tienen una puerta dedicada a san Cristóbal, protector de los viajeros, al que han retirado los galones. El mismo camino siguió santa Bárbara, la de las tormentas, Catalina de Alejandría, que rompió una rueda, y el mismísimo Valentín, mecenas del gremio de chocolateros y floristas. La finura de los teólogos no parece haber conseguido el aprecio de los fieles, a los que la doctrina concede la infalibilidad cuando se pronuncian al unísono. Lo que salió por la puerta, regresó por la ventana.

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Menos dudable, salvo para los pérfidos herejes, son los pasajes evangélicos, que dieron de comer a tantos pintores. Vistos en conjunto, a uno le sorprende la repetición de los mismos elementos: la lámpara (la moneda perdida, las vírgenes prudentes, la exhortación sobre el candil, el prendimiento en el monte de los olivos), la barca (la tormenta en el mar de Galilea o la vocación de los hijos del Zebedeo), los peces y el pan, los dineros (la parábola de los talentos, el hijo pródigo, el tesoro escondido, la traición de Judas, la viuda pobre). Considerando el problema, se me ocurren dos hipótesis. La primera, que Dios Infinito se ha visto constreñido por la parquedad de su creación. La segunda, que en su infinita misericordia nos repita machaconamente la misma lección: tendremos un alma inmortal, pero puede que la humanidad no sea el alumno más aventajado de la clase.

 

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Vítor Mejuto (Barcelona, 1969) expone Vida y milagros en Espacio Valverde, un santoral sintético que revisita elementos recurrentes en las imágenes religiosas. Esta particular colección de retratos se completa con la ilustración de algunos episodios evangélicos: algunos atiborran la Historia del Arte, otros apenas representados.

 

Joaquín Jesús Sánchez, abril 2024

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